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Lily G. Rafferty

 

Estoy cansada, mis pies me duelen no sé cuanto tiempo hace que estoy caminando, Mi peluche Leo se vuelve pesado y ya en varias ocasiones se resbaló de mis manos. Por momentos Ray me habla desde el interior del bosque, ríe y entona una canción. Los árboles cada vez son más grandes, y las plantas han cambiado de color, ya no son alegres como las que vi al ingresar al camino, cuando él me llamó para que lo acompañara a buscar a papá. Ahora son oscuras y muchas están secas, comienzo a sentir miedo.

                                                                             ***


Desde que nos mudamos él me acompaña, junto con Leo son mis mejores amigos. Hace una semana, papá se quedó dormido, hacía tiempo que estaba cansado y ese día no despertó, unos señores se lo llevaron de casa, a pesar de que yo le pedía que abra los ojos no lo hizo, les gritaba que lo dejaran dormir que mi papá tenía sueño, pero ellos no me escucharon. Vi cuando lo subían a una camioneta, mi mamá lloraba también.


—Mamá ¡no dejes que se lleven a papá! —Le gritaba, pero ella no hacía nada para impedirlo, solo me abrazaba fuerte y me decía que ahora él estaba en un lugar mejor, pero ¿dónde es eso? ¡Yo quiero ir con él! Mientras mamá me sujetaba veía como la camioneta se alejaba por el camino.


Ray al principio solo era una voz que me hablaba desde el interior del armario, pero desde aquel día lo veo, por momentos su imagen es borrosa como ahora. Me dice que estamos cerca que cuando lleguemos allí, podré ver a papá.

Ray desaparece entre las plantas—. ¿A dónde vamos?  No te alejes. —Le grito, pero dejo de verlo, me aferro a Leo y noto que su larga cola se ha enredado con una rama, tiro de ella, pero no logro poder zafarlo.

Mi peluche también está asustado, intento calmarlo diciéndole—. No voy a dejarte me quedaré aquí contigo, no tengas miedo.

Miro a mi alrededor... Estoy sola en un laberinto, todo se vuelve oscuro y siento que me he perdido.


 

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Lily G. Rafferty

Un pacto de silencio se celebró, ninguno de los allí presentes lo quebrantaría.

—Lo que ocurrió esta noche, se queda aquí, nada se dirá al respecto —sentenció Raimundo.

—Señores, ¿no se dan cuenta de la gravedad del asunto? Soy un hombre de Dios, no puedo mentir.

—Padre, aquí solo hay un culpable, al fin se hizo justicia.

—Y ¿si alguien pregunta por él?

—Cosme, diremos que se fue del pueblo, y listo.

—Hijos míos, no es la forma. —El padre Agustín comentaba resignado—. Dios se apiade de nuestras almas.

Nunca estuvo de acuerdo con lo que esa noche ocurría, durante muchos días había intentado convencer a Raimundo y los demás, que tomar justicia por mano propia no era lo más acertado.

***

 

Una serie de extraños sucesos venían llevándose a cabo en aquel lugar que por mucho tiempo fue un tranquilo pueblo, las jóvenes novias  desaparecían la noche anterior a celebrarse la boda y eran encontradas días mas tarde muertas encerradas en el antiguo panteón del cementerio local, el terror empezaba apoderarse de los habitantes, y un sin fin de historias y leyendas comenzaban a circular conjeturando que era lo que estaba ocurriendo, la última novia en desaparecer fue María la prometida de Raimundo, una joven de diecinueve años, su cuerpo fue encontrado igual que a sus predecesoras degollada vistiendo su traje de novia.

La tristeza fue transformándose en furia dentro del corazón y el alma de Rainundo, luego de varias borracheras en el bar del pueblo un encuentro con Cosme y Octavio quienes, igual que él habían sufrido la pérdida de sus mujeres, urdieron un plan, esta vez le tenderían una trampa a quien fuere el asesino de sus prometidas.

Pidieron ayuda al párroco para organizar una boda falsa, Gerardo y Rosalía, serían los novios de turno, el día anterior a la celebración emboscarían al asesino, y así fue...

Los cinco salieron del panteón y tal como lo acordaron sellaron la puerta. Mientras en el interior de un ataúd, enterrado vivo, Eusebio el sepulturero se enfrentaba a su destino. 


 

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Lily G. Rafferty

 

—Ahí está, ¿no la ve? Parada justo detrás de los arbustos de jazmines, le digo que no lo haga, pero continúa haciéndolo, no me habla solo me mira.

—¿Y por qué cree que lo hace?

—Creo que es su forma de atormentarme.

—¿Así lo cree?

—¿Y por qué otra cosa lo haría? Quiere volverme loco, ¿no se da cuenta? Y lo peor, es que estoy empezando a sentir...

—¿Miedo, culpa, o resignación? —Me pregunta mientras anota en su libreta.

—No lo sé... tal vez, si este loco después de todo.

***

 

Las flores blancas se mezclan con sus cabellos, puedo oler su perfume, dulce y embriagador.

—¡No me mires más, deja ya de hacerlo! —Le grito, pero continúa—. Al menos di algo, no te quedes callada. —Corro enfurecido hacia ella, pero nuevamente desaparece.

Debería cortar las plantas, así ya no podrá esconderse detrás las flores... Si eso es lo que debería hacer.  Pienso mientras me dirijo al cobertizo.

Busco las tijeras de podar, no están, miro dentro de las cajas y canastos, no logro dar con ellas, furioso empujo una de las estanterías y las cosas comienzan a caer, miro por la ventana y la veo nuevamente—. ¿Por qué me haces esto? ¡Basta! Deja ya de aparecer. —Me tropiezo al salir con un bidón con gasolina sin pensar lo tomo y voy hasta ella, rocío el combustible sobre las plantas y las enciendo, mientras el fuego va devorando las flores veo su mano atravesar las llamas, giro al escuchar que gritan mi nombre, el psiquiatra viene hacia mí con un grupo de enfermeros, y la policía, han entrado en la casa vienen a buscarme. Ella al fin sonríe y la escucho hablar.

—Ven acompáñame. —Tomo su mano e ingreso a las llamas.

Una parte de mí ha comenzado a sentir algo de paz, ardiendo entre las flores de jazmines, el mismo lugar en donde hace diez años la enterré.


 


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