The end, relato corto

The end.
Imagen de DarkWorkX en Pixabay
Toda película debe tener un final, y esa tarde lluviosa de abril, nuestra historia comenzaba a recorrer sus últimas escenas.
Como la mentira tiene patas cortas, y es difícil que pueda escapar a la verdad, en este triángulo que él armó, terminó, ganando la geometría, como ninguno de los dos era bueno en matemáticas, decidí pasar de ahí.
Luego de tantas explicaciones y excusas, que oscurecían más de lo que aclaraban comprendió, que alargar la mentira no servía para nada. En silencio se levantó de la silla, y fue caminando hacia el que hasta ese día había sido nuestro dormitorio, tomó el bolso que lo aguardaba junto a la puerta, y sin levantar la mirada salió.
Mi corazón gritaba:
—«No dejes que se vaya, corre, ve detrás».
Debo reconocer que casi le hago caso, pero era tanto el dolor que sentía, que lo único que quería era ya no volverlo a escuchar, que se callara y no me volviera hablar.
Dentro de mí, llovía tanto o más que allí afuera, cerré mis puños con tanta fuerza que me lastime las manos con mis uñas, no quería caer en la tentación de tomarlo del brazo y detenerlo para que no se fuera. Lo vi bajar los dos escalones que lo separaban de la vereda, y cuando hubo dado algunos pasos se detuvo, dio la vuelta, y volvió a mí para besarme antes de decir adiós.
—Espero me perdones... chau.
Lo vi alejarse debajo de la lluvia, que caía torrencial en esa tarde de otoño en Buenos Aires, y fue en ese momento en el que decidí ahogar la voz de mi corazón para ya no escucharlo, recuerdo que gritaba que corriera, que un amor a medias es mejor que vivir sin amor, y como sus gritos eran cada vez más fuertes, yo también comencé a gritar, no quería escucharlo, tape mis oídos, y le di permiso al dolor para que pudiera entrar y lo callara.
Debía arrancar ese amor de mi vida, Igual que se quita un cuchillo de una herida, de golpe, aunque duela, para que esta pueda cicatrizar, aunque reconozco, la mía sigue en carne viva, más de quince años después, nada ha sido igual; desde aquel día mi corazón no ha vuelto hablarme, solo un par de veces lo he escuchado apenas susurrar.
A veces pienso... «tal vez es lo mejor», aunque eso no hace que duela menos, solo me mantiene bajo una anestesia autoinducida desde aquella tarde lluviosa de otoño cuando su voz se acalló».
Imagen de pasja1000 en Pixabay 

Comentarios