La cápsula del tiempo, relato corto



La cápsula del tiempo.


Estuve dentro del auto no se cuanto tiempo, creo que más de una hora mirando la casa, se ve igual, pero a la vez distinta, años de abandono han hecho mella en su estructura, algunos vidrios rotos me vaticinan que puedo encontrar en su interior.
***
El día está frío, el parque se cubrió de hojas, y muchas de las plantas están ya secas, la puerta de entrada me recibe con un rechinar quejoso al abrirla.
Los muebles están cubiertos con sábanas blancas que al retirarlas levantan una cortina de polvo que se eleva por el aire, paso mi mano por la suave tela del sillón, mientras camino.
***
—Claudia, sabes que no me gusta manejar tarde, y no me interesa pasar aquí la noche.
—Ya voy Esteban, no es tan tarde, si quieres puedes esperarme en el bar del pueblo y buscarme en dos horas.
—Si creo que será lo mejor, aquí hace mucho frío, un café caliente no me vendría mal, si quieres puedo pasar por el Bazar que vende antigüedades para decirles que pasen a tasar las cosas, con la casa cerrada todo se está arruinando, y estos trastos viejos deben valer algo ¿no crees?
—Después vemos.
—Como quieras.
***
Voy recorriendo una a una las estancias, me sorprenden a cada paso recuerdos guardados entre los estantes de la biblioteca, fotos, juguetes y libros. Es como abrir una cápsula del tiempo, ahí sigue tal cual la dejé aquella colección "Lo sé todo" que leía con papá, antes no teníamos Google ni Wikipedia, no digo que fuera mejor o peor, pero tenía su encanto buscar entre las páginas, mirar los dibujos e imágenes para completar las tareas escolares. Escondido detrás del florero se asoma tímidamente mi viejo diario, las hojas ya se han vuelto amarillas, amores y desamores plasmados en cada una de sus páginas, salidas, excursiones, tickets del cine, y servilletas escritas con frases pegadas, junto con algún recorte de mi ídolo favorito completan el collage de mi adolescencia.
Las ventanas están abiertas, y las cortinas vuelan a causa del viento que las mueve, logro cerrarlas con mucha dificultad ya que las bisagras han empezado a oxidarse.
El sonido de la vieja máquina de coser, me sorprende de pronto, al girar mi cabeza, ahí la veo, sentada en su silla favorita envuelta entre telas e hilos de colores.
—«Lávate las manos que cuando llegue papá comemos». —Me mira y sonríe, luego vuelve accionar el pedal de la máquina que desliza la tela, y esta va cayendo suavemente hacia atrás.  —«¿Hiciste los deberes? No vaya a ser que los dejes hasta último momento y el domingo a la noche te acuerdes».  —Se desvanece...
***
La radio de la cocina suena, las ollas con agua hierven sobre los fogones, el aroma de una tarta de manzana y canela impregna el ambiente.
—«¡No vayas a comer postre ahora, Claudia, sino ya sabes después no cenas!» —Con el delantal atado a su cintura se aleja tarareando una canción, y se pierde entre los muebles de la sala.
Risas de pronto, las escucho, son niños jugando entre las sillas del jardín ya oxidadas, ahí me veo yo con ese vestido blanco con pequeños barcos celestes, medias con puntilla y las guillerminas negras, ¡como amaba ese vestido! era de los especiales esos que sólo puedes usar si hay fiesta, o vas de visita. Ahí los veo juegan felices.
—«Corre, que te atrapo», —los escucho decir... ahí se quedan envueltos por las hojas que arremolina el viento, cierro los ojos y respiro hondo.
—¿Vamos? ¿Encontraste lo que buscabas?
—Si Esteban lo encontré, vamos...



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