"Oferta Laboral" relato corto del libro No lo esperas venir.

Quiero compartirles este relato que podràn encontrar en el libro "No lo esperas venir, relatos cortos de ficciòn, fantasìa y suspenso"
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"Oferta Laboral"

Habían vivido allí toda la vida. La casa había pasado de generación en generación por décadas. Pero, como ocurre hasta en las mejores familias, un día los caminos se separan y alguien llama a reunión familiar:
—Marcelo, ¿qué era eso tan urgente que no podía esperar al lunes?
—Es que vengo dilatando tanto esta decisión... Si no lo hago ni lo digo porque pienso que no es el mejor momento, nunca va a ser el ideal.
No podía dejar de moverse. Cruzaba las manos y hacía tornar los dedos. Por más que quería, no encontraba valor para mirar a su hermana a la cara; le rompería el corazón. Pero ahora tenía una familia propia en la cual pensar; el viaje a Berlín era la oportunidad que venía esperando desde hacía mucho... Tragó saliva, como si eso le diera algo de coraje antes de responder a la pregunta que Silvia le estaba por hacer:
—Marcelo, por favor, ¿qué es lo que pasa? ¿Ocurrió algo? Me estás asustando.
Se sentaron en el sillón del living.
—Quiero que vendamos la casa —dijo sin más dilaciones.
Las palabras salieron temblorosamente de su boca; no había una fórmula con anestesia para que dolieran menos.
—¿Qué? ¿Es una broma? ¿Qué te picó?
—Silvia, me salió una oferta de trabajo en Berlín.
—¿Y? ¿Qué tiene que ver eso con la idea de vender la casa?
—Necesitamos la plata con Andrea.
—Ah, ok, ahora entiendo todo. Fue idea de ella, seguro. ¿Por qué no vende la casa de sus padres? —increpó Silvia a su hermano mientras hacía bruscos ademanes con sus manos y llevaba hacia atrás de su oreja izquierda uno de los mechones que habían caído sobre su cara.
—Silvia, ¡porque ahí vive la madre!
Marcelo tomó el vaso de cerveza que estaba frente a él y bebió un trago.
—¡Y aquí vivo yo! ¿Me puedes decir cuál es la diferencia?, porque no la entiendo.
—Sos necia... Uy, Dios, Silvia, ¿no ves que vos tienes treinta y la madre de Andrea sesenta y cinco? Además, una parte de esta casa me corresponde por herencia.
En ese momento, la puerta del jardín se cerró con tal fuerza que los sobresaltó a ambos, haciendo que bajara la tensión generada por la discusión.
—Marcelo, no se puede vender la casa, vos no entiendes.
—¿Qué cosa no entiendo?
En ese preciso instante, del reproductor de música de la habitación contigua empezó a sonar Claro de luna. Ambos se miraron por unos segundos. Marcelo, sin entender qué era lo que estaba ocurriendo, preguntó:
—¿Hay alguien más en la casa?
Tras un silencio incómodo de parte de ella, acompañado de la canción, Marcelo acotó:
—Silvia, ¿me estás escuchando? ¿Hay alguien más, o no?
Visiblemente nerviosa, Silvia siguió sin dar respuesta, lo que enfureció a su hermano, que se dirigió entonces hacia el aparato para apagarlo. Al volver con su hermana, le preguntó si era normal que arrancase solo, a lo que ella respondió:
—Sí, pasa todo el tiempo, debe tener un corto...
La música se reanudó con aún más volumen que antes. Marcelo caminó nuevamente hacia el equipo para desconectarlo, pero antes de apagarse aquel cambió la canción: la que un segundo antes era una clásica lenta a solo de piano viró a un estruendoso heavy metal que siguió sonando unos cuantos segundos antes de que el silencio se apoderase del ambiente.
—A esto me refería, Marcelo: no me puedo ir de esta casa. Si no, ya lo hubiera hecho. Pero no me deja.
—¿Qué es lo que no te deja ir, Silvia? ¿Me puedes explicar?
Marcelo tomó de los hombros a su hermana y la colocó frente a él. Necesitaba una respuesta. Ambos estaban parados frente a las escaleras. Levantó él entonces la mirada por un segundo y vio una sombra que atravesaba el corredor. Una mezcla de sorpresa y terror se apoderó de él en ese momento. Miró a su hermana con extrañeza y entonces se precipitó escaleras arriba para ver qué estaba ocurriendo, mientras ella intentaba detenerlo diciéndole:
—¡No, por favor, no subas!
Él logró zafarse y subir. Necesitaba una respuesta. Se encontró entonces en medio del corredor. Su imagen se reflejaba en el espejo que estaba al final del pasillo. Al verlo, notó que detrás suyo había un niño de no más de doce años. Pero, al girar, no logró ver nada, como si la criatura se hubiese esfumado. Al volverse de vuelta hacia el espejo, vio que el niño aún seguía allí, mirándolo con una sonrisa siniestra que pronto se transformó en una horrible carcajada. Pudo ver entonces que su boca tenía colmillos sumamente afilados y que su cara se deformaba y cambiaba de apariencia hasta volverse la de un demonio de cuyos ojos negros y vacíos brotaba sangre. Aterrado, se abalanzó hacia las escaleras; pero, cuando empezó a bajar, sintió que era empujado por la espalda, por lo que rodó escaleras abajo. Silvia llegó de inmediato a su lado para auxiliarlo.
—¡Tienes que irte, por favor, yo no puedo hacerlo! ¡Por favor, hermano!
Dolorido y aturdido, Marcelo se incorporó como pudo y salió de allí, subió al auto y, antes de ponerlo en marcha, miró una vez más hacia a la casa. Vio que la cortina de la ventana del primer piso se corría. Pudo ver entonces allí a Silvia, parada junto a aquel siniestro ser que lo observaba, y dentro de su auto empezó de pronto a escuchar la risa de la criatura, retumbando por todos lados.

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