Mathew and Austin, descubriendo reinos lejanos.




Mathew and Austin, descubriendo reinos lejanos.
CAPÍTULO II

” La habitación tenebrosa”



Los tres se quedaron unos instantes inmóviles frente a la puerta del desván hasta que Austin tomó la iniciativa de abrir la puerta, buscó la tecla de la luz, encontró una vieja perilla de color negro con una palanquita y, al subirla, hizo que el foco que estaba al pie de la escalera se encendiera.
—¿Viste que hay luz? ¡Vamos!
De a poco fueron subiendo los escalones que los llevaban a esa habitación. Cuando llegaron al descanso de la escalera, encendieron el otro bombillo, que apenas iluminaba ese espacio gigante.
—¡A buscar! Algo tiene que haber por acá.
Austin estaba emocionado por encontrar alguna aventura fantástica, como la de los personajes de los libros que tanto amaba leer. Sobre la pared izquierda había una serie de puertas. El lugar se usaba para almacenar, y lo único que veían era tierra y telarañas. Se quedaron un rato buscando por los cajones y estantes, llenos de cosas viejas y polvorientas, pero no encontraron nada.
Lucy subió las escaleras.
—¿Y mis exploradores? ¿Encontraron algo?
—No hay nada, mamá, ese viejo loco seguro nos jugó una broma. Me voy abajo, sigan buscando ustedes.
Era muy común en Mathew pasar rápidamente al desánimo y enojarse cuando las cosas no salían como esperaba.
—Vamos, chicos, sigan mañana. Dense un baño y vamos a comer: este lugar es enorme, y seguro con la luz del día van a ver mejor.
—Sí, yo tengo hambre, Austin.
—¿Y cuándo no tienes, Nick? —le dijo Lucy, y los tres se rieron.
El día terminaba y no habían logrado encontrar nada que les diera alguna idea de qué era lo que esos chicos que habían vivido allí hacían, pero aún quedaba mucho por buscar y seguramente en algún lugar de casa o del terreno encontrarían algo que los llevaría a resolver ese misterio.
Ya era de día. Mathew estaba en su computadora, que había ubicado en el escritorio, a un lado de la ventana balcón. No había logrado dormir mucho porque quería descubrir si realmente existía algo que le permitiera hacer ese viaje o pasar a ese “otro lado”, como el señor Anthony había comentado. En sus libros y programas favoritos de internet había visto y oído muchas veces hablar de portales y agujeros de gusano. Muchos habían relatado que podían viajar a través del tiempo y el espacio: ¿sería eso a lo que se refería este señor? La intriga le había empezado a picar, y no se quedaría con la duda.
—Lástima que no hay internet aquí —murmuró, y, al seguir ordenando sus cosas mientras Austin dormía, notó que una de las tablas del fondo del placard estaba suelta.
Al empujarla desde arriba, la zona inferior de esta se levantó, dejando a la vista un espacio. Tomó la linterna de Nicholas, quien la había dejado sobre su escritorio la noche anterior, e iluminó dentro. Ahí pudo observar un trozo de papel amarillento que estaba doblado por la mitad. Lo sacó con cuidado, le sacudió el polvo y pudo ver que era una nota. La leyó y corrió a la cama de Austin para despertarlo sacudiendo su brazo.
—¡Austin, Austin, despierta, mira lo que encontré! —le dijo mientras lo seguía zarandeando.
Austin, que apenas podía abrir los ojos, hacía fuerza para entender qué estaba pasando.
—¿Qué pasa? ¿Qué encontraste? ¿La llave? —dijo medio dormido.
—Lee esto. Lo encontré en un hueco dentro del armario. Se ve que los chicos lo usaban para dejarse notas.
Austin se sentó en la cama y leyó la nota en voz alta:
—“ALFRED, PAPÁ ENCONTRÓ LA LLAVE Y LA ESCONDIÓ, SE ENOJÓ PORQUE NO QUIERE QUE SIGAMOS UTILIZÁNDOLA, NO SÉ DÓNDE PUEDE HABERLA DEJADO, DICE QUE LA TIRÓ Y QUE JAMÁS LA ENCONTRAREMOS. HE HABLADO CON MAMÁ, PERO ELLA NO SABE NADA, ME HA DICHO QUE SALIÓ CON DIRECCIÓN AL CAMINO DE LOS PÁJAROS. DE TODOS MODOS, NO SE SABE A DÓNDE FUE.
FIRMA: BALTHAZAR”.
Se miraron durante unos segundos y Austin agregó:
—¿Era entonces verdad? ¿Estos chicos habían descubierto algo?
Ellos tenían que saber qué era y dónde lo había escondido su padre, pero, por sobre todo, qué era lo que hacían y a dónde iban.
—Eso no lo sé, tenemos que averiguar, pero primero hay que ver si hay más notas o algo que nos diga a dónde iban.
—¿Miraste donde encontraste la nota si hay algo más?
—Sí, y no hay nada, solo estaba esta. Hay que mirar en todos los placares si hay otras tablas flojas o rendijas donde pueda haber otras.
—Voy a cambiarme y vamos a investigar.
Durante la mañana, los dos miraron cada madera y hueco de la habitación. Tenían que ver dónde dormían los chicos. Todo indicaba que el dormitorio de Math había sido hace tiempo la recámara de Alfred. Como Lucy dormía aún, decidieron buscar en las otras piezas para no despertarla. Revisaron en las dos restantes del primer piso, pero, al no encontrar nada, fueron a la de Nick.
—¿Habrá sido esta la habitación de Balthazar? —Austin miró a Mathew.
Entraron de puntillas para no despertar a su hermano. Miraron en el armario, pero ninguna tabla estaba suelta, ni en la pared ni en el techo, tampoco en el suelo. Ahí no había nada. Cuando se empezaron a frustrar, notaron que el zócalo en el rincón, cerca de la puerta de la habitación, sobresalía. Lo movieron haciendo palanca con la llave del camión de juguete de Nicholas. La madera se soltó de la pared: ahí había otra nota.
Austin estiró el brazo para alcanzarla y, al tomarla, se la pasó a Math.

—“BALTHAZAR, PAPÁ QUIERE SACARNOS LA LLAVE, DEBEMOS HALLAR LA MANERA DE ESCONDERLA. LA DEJARÉ EN EL DESVÁN, DEBAJO DE LA VENTANA. POR FAVOR, BÚSCALA Y PONLA A SALVO.
FIRMA: ALFRED”.

Antes de decir algo, salieron disparados, dejando la madera del zócalo tirada en el suelo, y subieron al desván. Parecía que un león los perseguía para cenarlos en medio de la sabana africana. Fueron al extremo de la habitación, donde estaba la ventana. No sabían dónde buscar, ni siquiera el “qué” estaban buscando. No había tablas, la pared era de mampostería, y lo único que se veía era la mancha de humedad que tenía el muro: se notaba que el agua había estado entrando por ahí desde hacía bastante tiempo. El piso no estaba flojo ni mucho menos.
—¿Cómo sería la llave, y dónde la pondría?
Mathew abrió la ventana y miró hacia fuera; inspeccionó el borde que quedaba con la unión de los ladrillos y el marco del lado exterior. Los primeros dos ladrillos parecían flojos. Sacó medio cuerpo hacia fuera para ver mejor.
—Dame algo, Austin, hay que sacar esto.
Austin fue a las estanterías a ver si encontraba alguna herramienta que los pudiera ayudar; vio un destornillador en una caja, así que lo tomó y se lo alcanzó a Math.
—Toma, prueba con esto —le dijo mientras le alcanzaba el destornillador.
Mathew volvió a asomarse por la ventana y movió despacio el primer ladrillo, lo sacó y luego hizo lo mismo con el otro. Había un espacio en el que se notaba que alguien había guardado algo, pero ahora estaba vacío.
—La nota de Balthazar decía que el padre se la había llevado. Los debe haber descubierto cuando la guardaron acá, pero ¿dónde la habrá puesto? Tenemos que seguir buscando por la casa. Falta ver en la habitación de tu mamá. Abajo puede haber otros escondites. Si encontramos estos dos, es obvio que hay más.
Ahora los dos estaban más que entusiasmados por seguir revisando la casa.
Austin bajó las escaleras para inspeccionar el estudio de Lucy, y Mathew se dirigió a su dormitorio. Cuando entró, notó que una de las aves que habían visto en el camino al lago estaba posada sobre su escritorio, justo arriba de la carta de Balthazar. El ave tenía los ojos rojos. Él se quedó inmóvil porque no entendía qué hacía ahí aquel pájaro, que, de pronto, bajó su cabeza, viendo hacia el papel, y emitió un sonido que no pudo identificar, porque era más un chillido que un canto típico de las aves que conocía. Tras esto, salió volando por la ventana, en dirección a los arbustos. Otra vez el viento empezó a soplar de la nada. Mathew cerró rápido la ventana y bajó. Pensó en contarle lo del pájaro a Austin, pero luego se arrepintió. Austin estaba en el estudio, inspeccionando, cuando Mathew entró.
—¿Encontraste algo?
—Nada… Hay que volver a buscar arriba, en el desván: estoy seguro de que tiene que haber algo más si guardaron la llave ahí.
Entraron nuevamente al desván y siguieron buscando entre los libros y cajas que estaban ahí arrumbadas. Detrás de la última puerta notaron que había una inscripción del lado de adentro, hecha con lápiz casi imperceptible: seguramente quien la había escrito no quería que cualquiera la llegara a leer.

“MAMÁ NOS DIJO QUE NOS TENEMOS QUE IR, PAPÁ ESTÁ MUY FURIOSO Y TEME QUE NOS HAGA DAÑO. NO TENEMOS LA LLAVE PARA PODER VOLVER, TAMPOCO HAY TIEMPO PARA BUSCARLA. SÉ QUE LEERÁS ESTO, EVELYN, PERDÓN POR HABER PERDIDO TU REGALO.
FIRMA: ALFRED.

Ahora estaban más confundidos que antes. Austin empezaba a creer que estaban en un callejón sin salida. Ahora se sumaba un nombre más: ¿quién era Evelyn? ¿Y por qué les había dado la llave?

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