Mathew and Austin, descubriendo reinos lejanos.

Mathew and Austin, descubriendo reinos lejanos.

CAPÍTULO I
“El comienzo del viaje”


Las montañas se asomaban de frente y parecían darles la bienvenida. Un cartel que se encontraba a la derecha del camino, con la mitad de su poste cubierto por una enredadera, les indicaba que habían llegado al pueblo de “GRIMHAN”. A partir de allí, todo se veía muy diferente. Aquel lugar tenía una atmósfera especial. Olía de una peculiar manera a una mezcla de lavanda, crisantemos y petunias. Podía decirse, sin miedo a equivocarse, que la magia habitaba allí, y con más certeza aún por las experiencias que muy pronto vivirían y que los marcarían por el resto de sus vidas.
Luego de varias horas de viaje por la carretera, pasaron por un puente que cruzaba un río donde dos chicos estaban pescando, quienes los saludaron con sus manos al verlos. El camino se fue haciendo más estrecho. Ya habían dejado la ruta y empezaban a transitar por un sendero de tierra que estaba bordeado de árboles de hermosos tonos rojos y verdes. El sol se filtraba entre las copas y sus rayos caían sobre la calle. Anduvieron unos minutos más hasta que delante de ellos se lograron distinguir dos grandes y lúgubres puertas de reja, de un color verde oscuro y con varias marcas de óxido, que aparentaban tener décadas sin ser lijadas.
Un señor mayor, vestido con un suéter gris sobre su camisa blanca y un pantalón negro, tenía su bicicleta apoyada sobre la columna del portón. Estaba allí esperándolos. Cuando los vio llegar se acercó a la camioneta y, con un gesto amable, les preguntó:
—¿Acaso son los miembros de la familia Sanders? Me imagino que sí.
—Así es —respondió Lucy.
—Soy el Sr. Anthony, el casero. Estoy a su disposición; aquí le anoté mi teléfono.
Le entregó un papel doblado por la mitad que Lucy tomó y guardó en su cartera. Acto seguido, le dio un llavero con la forma de un pájaro negro, mezcla entre un colibrí y un gorrión, y se dirigió a abrir el portón para que ingresase el vehículo. Recorrieron un camino en S que tenía adoquines entre los cuales habían crecido el pasto y algunas plantas. Se veía que hacía mucho tiempo que por ahí no pasaba nadie. Una casona se asomaba al fondo, con una fuente que estaba vacía. Al frente de la casa, en la parte inferior, podían verse unos grandes ventanales alrededor de los cuales algunas enredaderas habían crecido, tapando parte de ellos. En el piso superior, otras ventanas más chicas se abrían, con vidrio repartido y un balcón en cada una. En el segundo piso solo se veía la del desván. El camión de la mudanza estaba estacionado y los señores entraban y salían de la casa llevando las cosas al interior.
Al llegar a la puerta, los chicos caminaron un par de metros y entraron al vestíbulo para ir a recorrer la casa y sus nuevas habitaciones en el primer piso. Nicholas se detuvo en la primera habitación mientras que Austin y Mathew, al abrir una puerta, descubrieron que era la que conducía al desván.
Ese día transcurrió de manera relativamente tranquila: todos estaban cansados, el viaje había sido tedioso, y lo único que querían era dormir así al día siguiente podían terminar de acomodar.
Tras cenar, Austin y Mathew subieron a la habitación. Llegaron al acuerdo de compartirla para poder quedarse hasta tarde jugando durante las noches del verano. Boots dormía sobre la cama de Mathew.
—Buenas noches, amigo. No pienses en escapar por la ventana porque podrías perderte; recuerda que estamos lejos de casa y, además, hay demasiado terreno alrededor que no conocemos.
El gato se acomodó dentro del hueco que quedó entre su brazo y el costado de sus costillas, lo miró unos segundos y apoyó la cabeza en su pierna. Al parecer, Boots no planeaba irse a ningún lado.
Austin se durmió en cuanto apoyó su cabeza en la almohada. Eran las 23 horas, según marcaba el reloj de la pared. Mathew se recostó y, acto seguido, miró el techo por unos minutos. Se veían formas extrañas, producto del plafón de la luz. Los insectos que estaban dentro del vidrio se reflejaban y parecían gigantes proyectados ahí. Todos esos efectos no sirvieron para mantenerlo despierto por mucho tiempo: en cuestión de minutos también estaba dormido.
Al despertar por la mañana, todos bajaron a desayunar. Lucy había acomodado gran parte de la cocina, aunque el resto de la planta baja aún estaba lleno de cajas y muebles dispersos.
El vestíbulo, la escalera y el estudio estaban en el frente de la casa. Por otro lado, el comedor, el baño y la cocina se encontraban en la parte trasera de esta. Entre el comedor y la cocina había una puerta por la que se salía al patio trasero.
—Mamá, ¿hace mucho que no vive nadie en esta casa? —preguntó Mathew.
—Por lo que me dijeron los agentes de la inmobiliaria, hace bastantes años que no habita nadie aquí —y después de unos segundos añadió—: Pero eso no nos va a detener: tengo muchas ideas para devolverle la vida a la residencia, y hay mucho con lo que trabajar.
—¡Mathew! ¡Veamos el desván! —insistía Austin.
—¿Y para qué quieres subir ahí? No hay nada, es un lugar grande y vacío, ni siquiera sabes si tiene luz. Te agradezco, pero voy a rechazar tu propuesta.
—¿Hay luz arriba, Lucy? —preguntó Austin.
—Supongo que sí, al pie de la escalera. Yo no tuve tiempo de subir. La verdad, es lo último de lo que me pienso ocupar —lanzó un suspiro y acotó—: Por hoy, solo quiero terminar de acomodar el primer piso. Ustedes vayan a ordenar sus cosas en los cuartos.
—Bueno —contestaron con tono aburrido; después de todo, a ningún chico le emociona que lo manden a ordenar su cuarto, y ellos, definitivamente, no eran la excepción.
Por la tarde fueron a explorar el terreno. Bajaron los escalones y se dirigieron hacia el lago por un camino que corría en paralelo con la casa y se encontraba bordeado por pastizales. Había gran cantidad de arbustos espinosos dispersos por todos los alrededores. Cuando estaban a punto de llegar al lago, el viento cambió su intensidad a una más agresiva. Una bandada de pájaros, que se encontraba volando sobre ellos, se posó en los arbustos a un lado del sendero. Eran completamente negros, con un contraste tornasolado; no median más de 20 centímetros de largo y sus patas eran bastante grandes. Esto, sumado a que parecían enviados por la misma muerte debido a la forma en que los observaban pasar, los hizo asustarse y salir corriendo hacia el lago, por lo que al llegar a la orilla estaban agitados.
—¿De dónde salieron esos pájaros? —Preguntó Mathew—. Me dieron un buen susto, y, como si eso fuera poco, al volver… ¡debemos pasar por el mismo lugar!
—¡Esperemos que se vayan! —exclamó Austin.
El lago era tranquilo. Estaba lleno de algas pegadas en las rocas, rodeado de mucha vegetación. En la orilla del lado contrario había un viejo muelle en mal estado, y, atado a uno de sus pilotes, un pequeño bote, o lo que quedaba de él, que, como si fuera poco, se hallaba semihundido.
El trío empezó a arrojar piedras al agua y a competir por quién de ellos podría lanzar una más lejos. Mathew se subió a una piedra que había de frente y tiró la suya.
—¡Tramposo! —gritó Nick, interrumpiendo la partida—. ¡No vale! Se lanza desde la orilla —Nicholas estaba furioso: no le gustaban las trampas en los juegos, a pesar de que él las hacía a menudo—. ¡Ojalá caigas al agua!
—Bueno, tiraré de nuevo —le respondió Math.
—¡Pero sin hacer trampas! O si no los pájaros te correrán hasta llegar a casa.
Se notaba que Nick seguía enojado con Mathew por hacer trampa. Mathew se negó con la cabeza mientras acotaba:
—¡No quiero que me sigan esas aves extrañas!
Bajó de la roca, se dirigió a la orilla y lanzó la piedra, que rebotó dos veces en el agua, dejando un círculo a medida que tocaba la superficie, y acabó por hundirse a los pocos metros.
Estuvieron durante una o dos horas ahí, hasta que Math, cansado de lanzar rocas y mojarse los tobillos, se quejó.
—¿Estará el Sr. Anthony en la casa todavía? —Dijo Austin—. Podríamos preguntarle si conoce a algún chico para hacer amigos aquí. Volvamos y preguntémosle.
Tras asentir, emprendieron el camino de regreso. Todo estaba calmo; parecía que las aves ya no estaban, lo cual era un alivio.

Entraron por la puerta trasera y fueron al estudio de Lucy, quien hablaba con el señor Anthony sobre las reformas de la casa.
—¡Mamá, no sabes lo que nos pasó! Mientras caminábamos hacia el lago, unos pájaros aparecieron de repente y nos asustaron. Eran negros y pasaron por arriba de nuestras cabezas; lo más extraño es que parecían observarnos.
—¡Ah! ¡Fueron por el camino de los pájaros! —exclamó Anthony tras escucharlos.
—¿Camino de los pájaros?
—Sí, son aves del pueblo, siempre andan por esta zona, anidan cerca y, cuando alguien pasa, vuelan de un lado a otro del camino. Mientras no las molesten, no les harán nada.
La explicación los dejó un poco más tranquilos, pero no del todo.
—¿Hay chicos cerca? —Preguntó Austin, cambiando el tema de la conversación—. Nos aburrimos y queremos ver si podemos hacer algún amigo.
—En este barrio las casas están bastante alejadas unas de otras, pero, si van al río que está al llegar al pueblo, encontrarán a los chicos Bowen pescando allí durante la mañana.
—Te dije que era aburrido este pueblo, Austin. Mamá, ¿para qué vinimos? No hay nada que hacer, a mí no me gusta pescar —dijo Mathew con tono de enojo, dándose vuelta y saliendo del estudio para subir las escaleras.
—Ya se van a acomodar, señora, no se haga problema. Los hijos de la gente que vivía aquí se divertían mucho, si bien eran chicos muy fantasiosos: siempre que venía a la casa me contaban historias de animales, reinos, reyes y gente rara. Decían que vivían muchas aventuras, que habían encontrado una forma de viajar al “otro lado”. Nunca entendí a qué “otro lado” se referían. Una tarde me comentaron que habían perdido la llave y que ya no podían viajar más. Igual creo que todo era producto de su imaginación… Ahora que recuerdo, después de aquel episodio la señora y los chicos se fueron y no los volví a ver. No sé qué habrá pasado con esa familia; ni cuando el padre falleció vinieron: se hizo un servicio sencillo y se lo sepultó en el cementerio del pueblo.
Austin y Nicholas se miraron y les brillaron los ojos.
—¡Hay que encontrar esa llave! —se dijeron—. Vamos a contarle a Mathew.
Salieron corriendo y el Sr. Anthony sonrió.
—Parece que se les pasó el aburrimiento.
—Sí, eso parece —respondió Lucy.
—¡¡Mathew!! —subieron las escaleras gritando y entraron en la habitación.
—¡Hay que encontrar la llave! —dijo Nicholas.
—¿De qué llave hablan? No les entiendo, ¿se volvieron locos?
—¡No!, el Sr. Anthony nos dijo que unos chicos que vivían acá habían perdido una llave.
—¿Y qué tiene de interesante una llave? —dijo con ironía Mathew.
—¡Que la llave abría algo, una puerta o no sé qué, y que ellos habían descubierto cómo viajar al otro lado!
—¿A qué otro lado?
—No sabemos, pero él habló de animales, reinos, reyes y gente rara, y de que los chicos vivían aventuras. Hay que buscar acá en la casa algo que nos dé alguna pista de qué es.
—¿Cómo vamos a encontrar algo acá? ¿Dónde?
—No sé, Mathew, hay que buscar, ¿no estabas aburrido? Bueno, acá tienes una búsqueda del tesoro. Yo quiero saber a dónde iban estos chicos, ¿tú no?
—Sí, ahora me dio intriga, pero ¿por dónde empezamos?
—Yo digo que subamos al desván —dijo Aust.
—No, ni loco, sube tú solo.
—Dale, Mathew, es de día todavía, y según Lucy hay luz.
—Tengo mi linterna —dijo Nicholas, que ya la traía desde su habitación.



Comentarios