"El reencuentro"
«Buenas noches, me presento: soy Ana y
esta es mi historia. Me gustaría contarte cómo fue que conocí al hombre que
cambiaría mi vida para siempre. No te alejes de esta página: no es una historia
ni un relato como tantos que seguro has conocido».
Así empezaba la página del libro que
Ana estaba leyendo. El sonido de la campana de la puerta la trajo de vuelta.
Levantó la mirada y pudo ver que un caballero de aspecto elegante estaba parado
en la puerta del bar. Cuando habló, notó por su acento que no era de allí; no
podía precisar si era ruso o de algún país de Europa oriental. Estuvo tentada
de preguntarle, pero se sintió intimidada por la forma en la que la miraba. Sus
ojos eran negros como la noche; la piel, tan blanca, casi traslúcida, que
parecía posible ver a través de él; un mechón de su pelo castaño caía sobre su
ojo izquierdo, sobre el cual había una pequeña cicatriz que cortaba en dos su
ceja.
—Buenas noches. Pase, por favor. ¿Qué
le sirvo? —preguntó Ana mientas el caballero se acomodaba en uno de los
asientos dobles pegados a la ventana.
—Aún nada, ¿le molesta si espero aquí?
—No, está bien; cuando esté listo para
ordenar, me avisa.
Eso le daba tiempo para continuar con
su lectura, ya que el dueño del libro, aquel personaje extraño dueño del bazar
que había frente a la estación del tren, seguramente aparecería en cualquier
momento tras advertir que lo había dejado olvidado sobre la barra.
«Lo vi entrar al bar una noche de
invierno. El sonido de la campana rompió la monotonía que llevaba en mi turno.
Salvo un par de clientes ocasionales, nadie venía desde hacía horas hasta que
él entró. Lo vi parado en la puerta. Me saludó cortésmente y pasó en cuanto lo
invité a hacerlo. Se dirigió a una de las mesas que estaban pegadas a la
ventana. Cuando me acerqué para ofrecerle la carta, la tomó pero no eligió nada;
solo la apoyo sobre la mesa y me dio las gracias. Supuse que tal vez estaba
esperando a alguien. Me alejé y seguí con mis tareas allí en el bar».
Ana experimentaba una extraña sensación
mientras leía todo aquello. Por un instante, pensó en dejar el libro, pero la
curiosidad pudo más, por lo que continuó con la lectura.
«Aquel hombre continuaba sentado sin
decir nada. Cada tanto tomaba el menú de la mesa, lo ojeaba y luego lo volvía a
cerrar. Pude notar que por momentos me miraba. Al principio eso me intimidó,
pero luego algo en sus ojos me hizo salir de atrás de la barra e ir a su
encuentro. No sé bien por qué lo hice, pero algo había en él que me llamaba y
atraía como un imán. Me miró y me dijo:
»—Me preguntaba cuándo te acercarías.
Siéntate, por favor.
»Nuevamente, sin saber por qué razón, me
senté frente a él. Su mirada era hipnótica. Había algo en sus ojos que me
impedía alejarme. Hizo a un lado el menú y tomó mis manos, que había apoyado
sobre la mesa. Noté que llevaba un anillo de oro en su mano izquierda, con una
gran piedra roja en el centro y un importante engarce galería. Se notaba que
era costoso. Pensé en retirar mis manos, pero algo dentro de mí me lo impidió.
»—No tengas miedo, soy Nicolai, ¿no me
recuerdas?
»Intenté hacer memoria, pero no conseguía
recordarlo, aunque algo en su rostro me era muy familiar.
»—Disculpe, pero creo que me confunde
con otra persona —atiné a decir.
»—No, Ana, no estoy confundido; es que
ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos en Francia, durante la
celebración de Año Nuevo, ¿no recuerdas? Versalles, la música; bailamos varias
piezas juntos. Esa noche pensábamos escapar, pero nos descubrieron y él te
alejó de mi lado...
»Su rostro cambió. Pude notar una gran
tristeza en él. Por mi parte, no entendía nada, estaba muy confundida, pero de
a poco algunas imágenes empezaron a llegar a mi cabeza. Era como si estuviera
viendo una película. En ese momento, volvió a hablar:
»—Ahora sí, lo recuerdas, ¿verdad?
»Cerré mis ojos y volví a ese día. Unos
hombres tiraban de mis brazos y me jalaban alejándome de él. Yo gritaba, pero
no me soltaban. Otros hombres iban hacia él, y vi entonces cómo uno que tenía
una espada se la clavaba en el abdomen. Luego arrojaban su cuerpo al río. La
desesperación se apoderaba de mí. No sé cómo, lograba zafar uno de mis brazos
del hombre que seguía intentando hacerme entrar al carruaje. Le arrebataba
entonces la daga que llevaba en su cinturón y la enterraba en mi propio
corazón. Luego todo se volvió negro. Comencé a llorar. El caballero apretó
fuertemente mis manos y me dijo:
»—Ana, llevo siglos buscándote, desde
aquella noche. Ahora, si lo deseas, podemos seguir juntos.
»Volví a abrir los ojos, lo miré y dije:
»—Claro que
quiero, es solo que tengo miedo, al igual que aquella noche.
»—No te preocupes, Ana, yo estaré aquí
contigo siempre.
»Tras
decir eso, se acercó a mí y clavó sus
colmillos en mi cuello. Era verdad, no había nada que temer: fue como quedarme
dormida por un instante».
Ana cerró el libro y lo apoyó sobre la
barra. Una extraña sensación la invadía. Cuando levantó la mirada, notó que
aquel extraño caballero no le quitaba los ojos de encima. Como si un imán la
atrajera hacia él, salió de atrás de la barra y fue hasta su mesa. Al verla
llegar, él le dijo:
—Me preguntaba cuándo te acercarías. Siéntate,
por favor.
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