"La biblioteca"
Pertenece al libro:
"No lo esperas venir, relatos cortos de ficción, fantasía y suspenso"
No sé por qué razón, cada vez que
discutimos con Mariana vengo aquí, de suerte que estas últimas semanas la
biblioteca se ha transformado en el lugar que mas he visitado. Supongo que, si
lo pienso profundamente, debería entender que algo no anda bien. En un
comienzo, solo entré aquí por pura curiosidad: el exterior del edificio me
llamó la atención y mis ojos de arquitecto se vieron atraídos como por un imán
al pasar por la puerta y ver esta bella construcción, de estilo gótico, que se
levantaba en medio de un barrio monótono lleno de casas de fachadas
racionalistas. Ojo, no digo que no me guste ese estilo; es más, nuestra casa es
una de ellas, con líneas rectas, cortes puros, limpia y minimalista. Pero este
lugar tenía algo que me atrajo apenas lo vi, de modo que no pude contener las
ganas de conocerlo.
Apenas crucé las dos grandes puertas de
madera, miré directamente hacia el techo y pude ver el arco apuntado y la bóveda de crucería compuesta por arcos que se cruzan
diagonalmente, llamados nervios, con una clave central; también los muros,
adornados con grandes ventanales con vidrieras que permitían que la luz del sol
entrase y bañase todo el espacio con suaves tonos multicolores que caían sobre
las mesas y las iluminaban. Me quedé hipnotizado mirando hacia allí; solo me
trajo de vuelta el ruido del carrito de la bibliotecaria que pasaba a mi lado
mientras llevaba muchos libros apilados rumbo a las estanterías.
—Permiso, señor.
—Sí, disculpe, pase usted.
La miré por unos instantes,
ya que su fisonomía me hizo recordar a mi maestra de primer grado, la señorita
Celia: una dama delgada de pelo canoso con su pelo lacio recogido con un rodete
y que llevaba sus lentes con una cadena dorada de la que colgaban cuando no los
usaba. Sin darme cuenta, sonreí por el recuerdo. Cuando volví de él, pude notar
que uno de los libros se había caído del carrito. Fui hasta él y lo tomé.
—Señora, se le cayó…
No pude terminar la frase.
Noté que era una novela romántica: Los viejos puentes de madera. Eso me
hizo pensar en Mariana: era su libro favorito. Lo abrí y, sin darme cuenta, me
puse a leerlo hasta que una nota escrita en lapicera me llamó la atención:
«Hola. Siempre te veo aquí, en la biblioteca, leyendo este libro. Se lo pides a
la señorita Elga todos los días desde hace semanas. He querido acercarme a ti,
pero no quiero molestarte. Espero que no te enojes por que haya escrito el
libro: no tenía un lápiz, y antes de perder el valor usé lo que tenía a mano.
Mi nombre es Juan». Rápidamente volteé la página y pude notar que allí había
una respuesta escrita en el margen superior: «Hola, Juan, soy Marta. Sí, este
libro me gusta mucho. Cada día lo leo con la esperanza de que ella tome coraje
y abra la puerta del auto. ¿Cuál es tu libro favorito?». Ahí pude notar que
debajo de esa frase figuraba escrito solo un título: El peregrino. Miré
todas las demás páginas, con la esperanza de poder seguir el hilo de la
conversación, pero allí no había nada más. Lo cerré, me dirigí a la zona de
novelas y busqué en los estantes el libro mencionado. Encontré dos ejemplares.
Los tomé y comencé a hojear el primero de ellos. «Nada, acá no hay nada», me
dije mientras lo volvía a colocar en su lugar. Luego hice lo mismo con el otro
y, apenas pasé un par de páginas, pude leer lo siguiente: «Hola, Juan. Gracias
por tu recomendación, el libro es muy bonito. Vine ayer y me di cuenta de que
te busqué entre quienes estaban leyendo. No sé si estabas y si me viste. Espero
leerte pronto. Marta». La mirada me
llevó a recorrer la página para encontrar la respuesta a su nota: «Hola, Marta.
Sí, ayer te vi y me dio una gran alegría ver que te dirigías a buscar el libro.
Esperé a que te fueras y corrí a él para leer tu mensaje. Me gustaría
presentarme e invitarte a tomar un café uno de estos días, ¿qué te parece?».
Volteé la hoja y noté que allí habían escrito El principito. Volví a
colocar el libro en el estante y, sin siquiera pensarlo, fui a buscar el título
mencionado. Sin querer, me estaba sumergiendo en la historia y quería conocer
más de ella.
—Mamá, si me vieras ahora:
¡tanto que te critiqué con tus novelas!
Aquí estaba yo, queriendo
conocer más sobre Marta y Juan.
Para mi desesperación, el
siguiente se trataba de un libro muy popular, un clásico, razón por la cual en
el estante eran cinco y, por lo que noté, faltaba uno más. Sin perder tiempo,
tomé todos los que había y los puse sobre la mesa. Los fui examinando con
detenimiento uno tras otro sin encontrar nada, hasta que solo me quedó un
último ejemplar sin revisar. Esperaba que en ese estuviera lo que buscaba. Lo
abrí, pero, al igual que con los otros, no encontré nada escrito.
—Será el que aún no
devolvieron.
Empecé a mirar a la gente,
tratando de reconocerlos. Buscaba algo que me llamara la atención, pero nadie
allí estaba leyendo El principito además de mí.
—Creo que tendré que
esperar un poco para conocer el próximo capítulo.
Fui hasta el estante y
comencé a poner los libros en orden cuando, detrás de mí, sonó el sonido del
carrito acercándose. Volteé para ver y la bibliotecaria tenía en su mano el
ejemplar que faltaba.
—¿Me permite? —le dije sin
esperar a que lo dejara allí.
—Sí, por favor, tenga.
Elga me dio el libro y
continuó su recorrido por entre los estantes. Me senté y lo abrí. Apenas pasar
la primera hoja, pude ver escrito: «Hola, Juan. Me encantaría tomar ese café y
poder al fin conocerte. Espero noticias tuyas, cappuccino mediante». Sonreí al
ver que debajo decía lo siguiente: «Marta, te espero mañana a las 17 hs en el
bar que está frente a la plaza. Me reconocerás por que estaré leyendo Juan
Salvador Gaviota. Te espero. Juan».
—¡Sí! —grité sin darme
cuenta, lo que hizo que varias personas se voltearan hacia mí—. Perdón —me
disculpé de inmediato.
Tomé entonces el libro y lo
dejé en el estante nuevamente. Cuando estaba por salir, miré el reloj y vi que
eran las 17.30 hs. Intercepté a Elga, que venía caminado por el pasillo, y la
hice detenerse.
—Perdone, ¿sabría usted
decirme cuándo devolvieron el ejemplar de El principito que me dio
recién?
—Sí, claro, fue justamente
ayer.
Le agradecí y salí de
allí rápidamente. Crucé la calle para llegar al bar que está frente a la plaza.
Empecé a observar a todos los que estaban allí sentados. De pronto, en el fondo
del salón, junto a una ventana, pude ver a una pareja de ancianos charlar
sonrientes mientras disfrutaban de un cappuccino: él vestía un elegante traje
gris, con una rosa roja en su solapa; ella, un vestido rosa, con su pelo blanco
peinado con ondas sujetas con un par de peinetas a ambos lados. Su cartera
estaba sobre la mesa junto al sombrero de fieltro gris de él, que descansaba
sobre la tapa del libro Juan Salvador Gaviota.
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