No lo esperas venir cuento: El bazar





"El bazar"

Cuento integrante del libro: 
"No lo esperas venir, relatos cortos de ficción, fantasía y suspenso"




Esa tarde caminaba por la misma calle por la cual lo había hecho los últimos seis años. No pude evitar notar que había un local nuevo frente a la estación del tren. Ya la fachada me llamó mucho la atención: estaba pintada de color marrón intenso, y la vidriera tenía filigranas que rodeaban las esquinas en un color oro antiguo. Los objetos que se exhibían parecían viejos, así que conjeturé que se trataba de una tienda de segunda mano. Como había salido temprano del consultorio, dado que el último paciente había cancelado, y tenía todavía algunos minutos para tomar el tren, decidí entrar y curiosear entre las cosas que vendían. Tales lugares son fascinantes porque siempre puedes encontrar tesoros perdidos, si sabes mirar bien: un libro de primera edición, una porcelana antigua firmada... Estaba ansioso por ver qué encontraba.
Cuando abrí la puerta, la pequeña campanita sonó, avisando que un cliente entraba; pero, para mí extrañeza, nadie vino a mi encuentro. Me resulta sumamente molesto cuando, apenas entras a un negocio, el vendedor te atosiga y no te da espacio para ver tranquilo, pero aquí era todo lo contrario, por lo que me sentí feliz de poder revisar las cosas a mi gusto. El local se veía repleto del piso al techo. Ocupaban casi todo el espacio desde muebles hasta cuadros, pasando por juguetes y adornos variados, incluso algunas prendas de ropa de época. Había un pequeño pasillo que quedaba como para pasar al interior: todo estaba dispuesto en forma de un extraño laberinto. Pude notar que una música salía de una fonola apoyada sobre un mueble: el viejo y desgastado disco de pasta giraba y la melodía llenaba el lugar. Miré durante un rato, hasta que un par de muñecos atrajeron mi atención. Uno era un policía antiguo, con su cachiporra en la mano y vestido con un traje azul y un sombrero con una estrella en el medio. El otro era un viejo payaso con cara de porcelana pintado a mano; su traje era de seda blanca con botones en rojo y verde, y su cabello azul asomaba por debajo de su sombrero. Me llamó la atención que ambos estuviesen dispuestos sobre una base de madera cubierta con un vidrio por delante y con una chapita que decía «Sam, 1920». Una voz detrás de mí me hizo sobresaltar.
—Parece que el caballero ha encontrado algo que le llamó la atención.
Al girar vi a un señor canoso, de unos 70 años y vestido de traje, que me hablaba.
—Sí, me gustan los muñecos antiguos. Tengo una colección de ellos en mi biblioteca, desde chico me han apasionado. ¿Este qué precio tiene?
—Ese realmente es algo caro porque es una pieza única y muy especial pintada a mano. Si desea algo económico, puedo mostrarle algunos juguetes antiguos con defectos menores.
Pensé que el vendedor se había dado cuenta de que me interesaba y me iba a querer cobrar una fortuna por el muñeco. Dudando, le solicité que me mostrara qué otros muñecos tenía. Si eran defectos de pintura se podían solucionar. Acompañé al vendedor al interior del local. Allí, me mostró varios trenes y soldados de plomo a muy buen precio, y opté por llevarme una locomotora a vapor. El payaso aquel seguía interesándome, pero, cuando me dijo el precio, sentí que era demasiado para gastar por ese día. Le pregunté si podía guardármelo para que pasase otro día por él. El caballero sonrió y me dijo:
—¡Por supuesto que puedo guardárselo! Pero solo si me promete que vendrá por él.
Claro que volvería: era bellísimo. Luego de pagarle al caballero, me dirigí a la puerta para salir. Cuando estaba por abrirla, el vendedor me habló:
—No se olvide venir por él: tiene hasta el sábado para buscarlo. Los objetos de esta tienda son muy especiales y tienen sentimientos: no creo que usted desee lastimar los del pequeño payaso.
Sonreí antes de salir. Me resultó muy curioso que me dijera aquello. «Este caballero mira muchas películas: ni que los artículos tuvieran vida», pensé...
***

Cuando llegué a casa, fui directo a mi biblioteca y puse la locomotora junto a los demás objetos del estante. Toda esa semana y la siguiente fueron un caos total entre el hospital y el consultorio: salía muy tarde a la noche, y realmente olvidé por completo ir por el payaso.
—Seguramente ya lo debe haber vendido; se lo tendría que haber señado —me sorprendí hablando solo.
Cuando vi que el paciente me miraba con cara de asombro, porque no entendía qué tenía que ver lo que decía con su medicación para la arritmia, me disculpé y de inmediato le entregué su receta con las indicaciones.
***

En cuanto terminé mi turno en el hospital, fui directo a la tienda. Quería ver si aún estaba allí el muñeco. Entré y pasé por el pasillo. La fonola hacía sonar la misma melodía que la vez pasada. Giré mi vista rápidamente hacia el mueble, pero no logré encontrar lo que buscaba.
—Lo estuvo esperando —resonó de pronto detrás de mí la voz del vendedor.
—Sí, disculpe, es que estas últimas semanas fueron muy caóticas y complicadas. Soy médico, como verá —dije indicando el guardapolvo que aún llevaba puesto, dado que con el apuro por salir no me lo había quitado—, y mis horarios son muy complicados a veces —intenté disculparme de la mejor manera posible—. Si lo vendió, no hay problema: sé que debí dejarle una seña.
—No es que lo haya vendido: usted prometió venir por él y no lo hizo, rompió su corazón.
Lo miré extrañado. No quería ser grosero, pero sentía que aquel señor me estaba tomando el pelo.
—Disculpe, pero es un muñeco, ¿cómo le voy a romper los sentimientos a algo que es inanimado?
—Yo le dije, antes de que usted se fuera, que tenía hasta el sábado para buscarlo. Le aclaré que todos los objetos de mi tienda son especiales. Usted dio su palabra y no la cumplió.
El caballero cambió su expresión por completo y vino hacia mí muy enojado. Retrocedí unos pasos y me vi frenado por un escritorio que se encontraba detrás de mí.
—Ahora tendrá que quedarse con él y hacerle compañía: no debió olvidarse de su promesa.
Solo quería salir de allí: ese hombre estaba loco. Lo empujé y me dirigí hacia la puerta. Cuando quise abrirla, descubrí que estaba cerrada. Me volví y vi que el vendedor traía el payaso en su mano. La expresión de su rostro había cambiado, y tenía ahora pintada una lágrima que salía de uno de sus ojos. Luego no sé qué ocurrió... todo empezó a dar vueltas y se volvió negro.

***

El vendedor fue hasta el aparador y volvió a colocar el payaso dentro de la campana de vidrio. Acomodó al policía de un lado y, del otro, a un muñeco vestido con un guardapolvo blanco y con un estetoscopio asomando del bolsillo.
—Bien, querido Sam, ya tienes más compañía. El doctor se quedará desde hoy con nosotros.
Cuando bajó la campana de vidrio sobre los tres muñecos, el payaso sonrió.


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